Director: Terrence Malick. Distribuidora: Vertigo.
Tras una gran entrada con polémico mantenimiento, Malick llegó a nuestras pantallas con The Tree of Life. Un film que para bien o para mal estuvo en boca de todos, ya que seguir unas líneas poéticas en lugar de narrativas no es apto para todos los públicos. De esta manera, medio millón de españoles le dieron una oportunidad a este introspectivo director allá por 2011.
He aquí en 2013, su hermana pequeña: To the Wonder. Yo soy de esas personas que saben ver siempre el silver linning de las cosas. Y como dije, nada más salir de la sala: no es mala por tener una hermana mejor. Así pues, intentemos analizar la secuela sin compararla.
A través de una fotografía excelente nos situamos en Paris donde Neil (Ben Affleck) y Marina (Olga Kurylenko) viven un intenso romance. Ella decidirá mudarse al país natal de Neil, USA, junto a su hija, fruto de su anterior pareja cuando contaba tan solo con 17 años. Ilusionada por encontrar de nuevo el amor deja todo atrás en esta segunda apuesta. Un amor que poco a poco se irá marchitando, ahogando la frescura que lo caracteriza. Con las mismas Marina decide volver a Paris y en este meanwhile, Neil se reencuentra con una amiga de la infancia, Jane (Rachel Adams). Completo el triángulo, presenciaremos distintas maneras de amar y de resolver situaciones propias del desgaste y la rutina. A modo de nexo, pero completamente independiente, aparece el Padre Quintana (Javier Bardem) quién a su modo intenta comprender el poder de su amor hacia Dios, y de Dios hacia los hombres.
Filosofía del Amor. Como si fuera un cuadro cubista, To the Wonder retrata al amor desde todos sus ángulos. El mismo compuesto h2o del que presenciamos una a una, todas sus transformaciones. Un argumento complejo por la subjetividad del mismo y por una resolución que nunca llega y que se da lugar a través de pensamientos en el aire. Una voz en off que le pone sonido al corazón de nuestros protagonistas. Para mi gusto, un recurso utilizado en exceso teniendo actores, fotografía, sonidos, movimiento…
Ciclos de Rutina. Malick nos hace participes de la rutina, la gran protagonista. Con el vaso más lleno que vacío apuntar que es todo un reto y una paradoja cuando se trata de no aburrir al espectador o hacerle sentir que lo que está viendo, ya lo ha visto una dos y tres veces más.
Metáforas. Un recurso esperado en este guión poético que sin embargo, al estar tan integrado en la personalidad de nuestros protagonistas hace que cuestiones si realmente lo son o es que caminan por la vida como si se tratara de baile contemporáneo. Quedarse a medio camino entre el recurso y la realidad, hace que las escenas pierdan credibilidad.
Rizar el Rizo. En un guión de sensaciones las historias, en plural y complejas, son un gran inconveniente porque aunque es bonito interpretar lo que ocurre, reescribir la película puede resultar pesado. En definitiva, giros de guión y personajes con menor relevancia que suponen un inconveniente para el espectador.
Fuera como fuese, la crítica y la audiencia han sido duras esta vez al unísono con este delicado director que trae bajo su firma un cine diferente y que por imperfecto, merece nuestra atención pues siempre para bien, invita a la reflexión.