Se dicen muchas cosas de las personas que leen, como por ejemplo que somos solitarios. Tantas que parece que la lectura sea en verdad algún tipo de fenómeno, estudio de no sé qué ciencia. Sin embargo, siempre he creído que es la lectura la que dice mucho de las personas, algo que ahora el ciudadano de a pie, frustra mi lado curioso: imaginar porqué una persona ha decidido leer ese libro, porqué siete de cada diez lectores de un mismo vagón tienen el mismo ejemplar, considerar una señal el hecho de ver a alguien leerse un extraño libro que te han recomendado.
Para mí, saber que están leyendo los demás es una recomendación anónima, sincera y silenciosa. Por eso, una parte de mí se enfada cuando llevan los libros con algún tipo de papel opaco, y ahora estos electrónicos… que necesidad tendrán en ocultarlo, digo yo. Irremediablemente, mi curiosidad acaba por multiplicarse. Más aún si veo que ríen o lloran, y no exagero… yo lloré no hace mucho en el metro mientras terminaba Aleph. Bueno, un poco rarita si puedo resultar, pero ser testigo de algo así no tiene que dejar de ser fascinante.
Siguiendo esta teoría, hasta pueden hacerse varias lecturas sobre la concentración en base a la página que lean. Si es de las primeras, cuando todo pequeño acontecimiento distrae; si están en el nudo, y más de uno olvida su parada; si están llegando al final, ansiosos, con prisa de no quedarse a medias de la última hoja y tal vez, molestos por descubrirla con tan poca paciencia.
Definitivamente, leer dice. Solo hay que prestar un poco de atención a aquellos que no ponen trabas entre el título y los interesados ojos que lo miran.