El Muro de las Intenciones

He vuelto. Por segunda vez en mi vida estoy en este lugar. Intento hacer memoria pero no recuerdo con exactitud cuánto tiempo estuve aquella primera. Tras unos segundos la ubicación empieza a resultarme familiar. Siento de nuevo como a mi lado hay muchas personas que no conozco, y al mismo tiempo, estoy invadida por una intensa soledad.

A modo de pequeño peón solo puedo dar pasos hacia delante, mirar hacia delante. Por tanto, no veo aquello que sucede más allá de los 60º que me permite mi posición y mi naturaleza. En este ángulo se extiende una calzada muy deteriorada, de un gris casi blanquecino. Al fondo y en forma de cierre, unos árboles muy altos, muy oscuros. El cielo iluminado por un sol vergonzoso tiene el relieve propio de las nubes con carácter, blancas y gruesas.

Hay personas que se introducen con sus pasos en mi campo de visión. Apenas veo algún perfil, una espalda. Algunos, los más alejados, de repente desaparecen y otros juraría que llevan en el mismo sito desde aquella primera vez que vine aquí. Lo curioso es que extrañamente no me preocupan, son simplemente parte de este solitario paisaje. Y yo sigo quieta, estoy muy atenta a algo que presiento va a ocurrir de un momento a otro.

En la lejanía, como si trazase una línea recta infinita desde la punta de mis pies, se perfila la figura de un hombre. Apenas le veo y es en ese instante cuando entiendo que mi único objetivo allí es que mis ojos le enfoquen. Me acerco despacio. Tengo muchísimo calor. La inseguridad parece que se disipa frente a la curiosidad y me sigo acercando. Estoy muy nerviosa y recuerdo que ya lo estuve aquella primera vez que jugué a esto. Como si el tiempo se hubiese detenido no dejo de mirarle a los ojos, todavía muy confusos, muy distantes. Aprecio que él también se acerca a mí con un paso constante.

Me detengo cuando mi nariz roza un cristal que no había visto antes. Muchos hemos alcanzado este punto, nos encontramos en un delicado muro repleto de intenciones. Y él, aunque está mucho más nítido, está todavía al otro lado. Memorizar sus rasgos me devuelve la tranquilidad que había olvidado allí, antes de empezar. Mis pulsaciones bajan cuando su nariz termina por detenerse enfrente de la mía, en una altura superior. El momento se dilata. Me recreo en el detalle de sus labios, de sus ojos. La intensidad de su mirada termina por devolverme mi reflejo. El detalle de mis labios, de mis ojos. Donde a su vez le encuentro a él. El detalle de sus labios, de sus ojos. Donde a su vez me encuentro…

Y finalmente así, sin intención, paramos el tiempo.

 

…escuchando a William Fitzsimmons. Album: Until when we are ghosts.