Hasta aquí. Domingos de Diciembre.

Apenas he cumplido nueve años y es Diciembre. También es domingo, y son las siete de la tarde. Solo soy capaz de oír mis pasos que andan rápido dirección a casa. Los miro como si mis ojos fueran una especie de combustible y esta forma de andar un teletransporte. Llueve mucho. Mucho, mucho. Mi mamá me dijo que vendría a recogerme pero no ha podido y justo hoy llueve mucho. Mis pies se han empezado a mojar, noto los dedos húmedos por el agua que ya llegó a los calcetines. Esta sensación me da ganas de llorar. Siempre, siempre. Por fin he llegado a mi portal pero no hay nadie en casa. Aún no ha vuelto nadie y no para de llover. Tengo el pelo que asoma por delante de la pequeña capucha, empapado. Esta incomoda salida de la rutina me da un poco de miedo. Algo no va bien. Algo debería de hacer más correcto que esto que no está bien. Y mientras pienso en algo, llueve y mis pies están completamente mojados. Y solo se me ocurre esperar, luego me espero quieta y mojada, a que alguien aparezca. Solo estaré sola un rato, hasta que alguien venga a por mí. Hasta aquí.

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Hace horas que ha amanecido y el sol ha olvidado sus modales. Entra agudo por mi ventana que al perecer olvidé de cerrar. Oigo niños jugando en el parque y algún coche pasar. Por un momento estoy perdida en los días. Olvidé que significan estos domingos de Diciembre quizá porque ya he vivido unos cuantos y se confunden en mi cabeza, complicada. Me giro y encuentro otra postura perfecta, de lado. Veo mi reflejo en la pantalla del ordenador oscura donde vi una película anoche, recuerdo. Llovía mucho. Una mano, grande, aparece apoyada en mi cadera y doy un pequeño salto. En el reflejo veo que hay alguien más, y recuerdo. Un pequeño beso en la nuca me libera de la tensión del momento, del olvido y los recuerdos. Pienso en hechos sencillos, en mi casa donde mi madre debe estar cocinando algo, en mi edad, 19 años… Cierro los ojos y me pierdo en lo que es un cariñoso abrazo post algo, ahora confuso. Y llego a conclusiones poco apropiadas porque esto terminará pronto y solo estaré sola un rato, hasta que alguien venga a por mí. Hasta aquí.

Desde que leí a Benedetti siempre me siento en el mismo lado del tren, mirando hacia la dirección que voy para decir hola a todo ese paisaje que pasa vertiginoso a mi lado. Fue hace unos años pero que se yo, las manías y sus encantos. Sin embargo, hoy llueve y el paisaje es difícil de ver. En Diciembre llueve bastante pero no este año. Realmente no me importa tanto, prácticamente si cerrase los ojos podría recrear el paisaje de tantas veces que hice este recorrido. Imagino que tengo más memoria fotográfica de la que tengo. Así, miraba el cristal y ahí estaba yo alterada por pequeñas gotas de lluvia posadas a milímetros de mí. Yo con 29 años, dejando volar mis sueños mientras miro mis ojos, quietos en un único movimiento. Y sin querer viajo, probando ser otras personas y vivir momentos intensos para así, si algún día ocurren, justificar que existe la magia porque un día en un tren, así lo soñé. Un freno brusco me devuelve a mi sitio. Intento encontrarme entre las gotitas y la oscuridad. Me veo más o menos. Lo sé. Solo estaré sola un rato, hasta que alguien venga a por mí. Hasta aquí.

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LECTORAS

Tengo un único álbum en mi página de Pinterest que me encantaría compartir aquí con todos vosotros. Porque fotografiaría con mi mirada, si pudiese, la expresión de todas aquellas personas que leen y que sin razón alguna estuvieron delante de mi para que les viera. Extraña sensación estar cerca de alguien que en ese instante se encuentra a años luz de ti…

Os dedico este post fotográfico formado por todas aquellas mujeres que como yo, leen, y lo hacen sin parar…

¿Tienes ya una foto favorita?

Yo y El Mundo

Amanezco rodeada de colores cálidos. Naranjas, cobrizos, algún rosa extraviado. Mi ventana que encara al Este del mundo ha hecho de mí una mujer de día, amaneciendo temprano arropada con más luz que sábanas. Ideas que ciegan. Me muevo lentamente, estudiando mi anatomía, encontrando la postura perfecta. Me imagino como si otros ojos me mirasen, como si yo me mirase. A veces imagino estar acompañada y hablo, como si yo me hablara. Rojos que se atragantan. Incluso llego a conclusiones precipitadas en pleno momento onírico porque en ese instante es aún temprano para hablar de locura y ahí que voy de paseo entre ideales.

Así se presentan los días que son libres de agendas y calendarios, a juego conmigo, libre de la ropa que determine mis acciones, libre de elegir la palabra que iniciará esa primera conversación de la mañana. Días que aún son vulnerables a mis decisiones, planos en expectativas y que en ese único instante soy todo lo que quisiera ser, soñando despierta… ¿Despierta?

Minutos que bien alto anuncio como certezas. Siempre amanece así del mismo modo que anochece siempre con decepciones a escala, resultados de mi yo con el mundo. Y quizá, por más que busque, esta escena a simple vista tan rutinaria sea la metáfora de mi vida. Intensa, breve, cíclica.

–          ¡Hija! ¿Ya estás despierta?

–          ¡No…!